domingo, 15 de febrero de 2009

DEMOCRACIA ROSARISTA: DE LA INTOLERANCIA AL EXTERMINIO

Antes de haber pisado nuestro Claustro, tenía una clara concepción de la Universidad del Rosario como la tierra más fértil para la democracia entre las instituciones de educación superior. Una estación que hacía con los jóvenes líderes lo que hace -copiando a Neruda- la primavera con los cerezos. Sin embargo, la Universidad se ha reducido ante nuestros ojos a un patético simulacro de la praxis política nacional. La indiferencia, la politiquería barata de las elecciones al CEJ, así como las despreciables muestras de sectarismo frente al desacuerdo ideológico, demuestra que los estudiantes no hacemos otra cosa que calcar las más vergonzosas páginas de nuestra historia.

La satanización de la izquierda por parte de un sector del estudiantado es otro ejemplo de lo poco que conocemos nuestra historia reciente y cómo esta, en un eterno retorno, nos envuelve. La estigmatización, presente en la Universidad, despierta una remembranza de las más escalofriantes muestras de intolerancia que hayamos presenciado. Como en los tristemente repetidos magnicidios políticos que ocurridos en nuestro suelo, se recurre a la lógica macabra según la cual los ideales se acaban cuando sus interlocutores se silencian. Y es que no sólo se silencia con violencia, pues la opresión, como diría Iris Marion Young, tiene muchas caras. Nada reprochable habría en que se presentara una respetuosa discordancia ideológica, pero el repudio in-argumentado no de ideas sino de personas, es una práctica tan recurrente que se ha convertido en una repulsiva costumbre en nuestras aulas y pasillos. Lo que hoy presenciamos no es un desacuerdo con una ideología sino un desprecio in limine por aquellos que la profesan.

Los más intransigentes nos señalan continuamente, y nos pretenden marcar, como a los judíos en la segunda guerra mundial, al llamarnos despectivamente izquierdistas, incluso guerrilleros; como si organizar foros y proyectar películas fuera lo mismo que tirar piedras, como si marchar pacíficamente contra los crímenes de Estado fuera un acto vandálico, como si la inquietud intelectual y crítica fueran sinónimo de terrorismo.


Lo que hoy presenciamos no es un desacuerdo con una ideología sino un desprecio in limine por aquellos que la profesan.



Si bien hemos presenciado con dolor el terror causado por las guerrillas radicales que, como señalo Steven Dudley, han fracturado la psiquis de nuestra generación, también hemos sido testigos de los extremos de irracionalidad e intolerancia que han generado un ciclo vicioso de violencia: Asesinatos a líderes estudiantiles, sindicales y políticos, siniestras masacres paramilitares y la casi olvidada tragedia del exterminio de la Unión Patriótica, más que simples testimonios de las desventajas de la estigmatización, son las cicatrices que deben desviarnos del exterminio ideológico al que ahora nos dirigimos.

No podemos olvidar que en nuestras aulas se gesto el movimiento estudiantil que promulgó la constitución más progresista que haya tenido esta tierra en su historia. Los actuales estudiantes de la Universidad, ultrajando este honroso precedente, nos alejamos con posturas retardatarias y discriminatorias, cuando no indiferentes, que inexorablemente conducirán a la Universidad a un destino cada vez más distante de la que alguna vez fuera la cuna de nuestra democracia.

Mauricio Ortiz C.

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